La semana pasada tuve uno de esos momentos gratificantes que me recuerdan por qué me dedico a esto de la enseñanza.
Nos encontrabamos en clase repasando las sumas. Para ello, me pongo en la pizarra y comenzamos una historia que ellos ya se saben muy bien de las decenas y las unidades. Repasamos dónde se pone cada número, cómo se hace la suma, calculamos mentalmente...y como siempre, les digo a ellos que digan dos números para sumarlos.
- ¡10 y 23 maestra!
- ¡26 y 13!
- ¡35 y 12!
Todo iba sobre ruedas, dentro de lo previsto, hasta que uno de ellos dijo:
- ¡ 26 y 15!
¡¡¡ ALARMA!!! Me habían propuesto una suma con llevadas. A lo que, instintivamente respondí :
- No, dime otros números que esa aún no la podemos hacer.
Contestación de ellos:
- ¿ por qué no podemos hacerla?
Me quedé unos segundos parada pero enseguida me di cuenta de que la situación era clara: no iba a ser yo quien les presentara las sumas con llevadas...daría un paso atrás, les dejaría el protagonismo de la clase y ellos llegarían a la conclusión que yo pretendía.
Os aseguro que el resultado fue absolutamente IMPRESIONANTE. Y la magia se creó gracias a dos preguntas claves:
Alumno - ¿Por qué no puedo hacerlo?
Maestra- Estoy segura de que puedes. A ver, pensemos, ¿cómo podemos hacerlo?
Fueron 2 horas intensas de debate, preguntas, hipótesis... Dos horas (y pico) en las que parecía que no iban a llegar a la conclusión. Pero ahí estaban ellos: 7 pequeños gigantes enseñándome, nuevamente, que si les doy alas vuelan muy alto.
Estoy orgullosa de ellos. Os quiero.
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